ENTREVISTA A PEPE GANCEDO (Por Mª Acacia López-Bachiller)

Martes, 16 de febrero de 2016
Noticia

Mª Acacia López-Bachiller -decana de los comunicadores del mundo del golf en nuestro país- nos hace llegar una entrañable entrevista que -en 2003, y con motivo del décimo aniversario de Golf Lerma- tuvo la oportunidad de hacer a Pepe Gancedo, persona muy querida por esta Real Federación Andaluza de Golf, que nos dejó el pasado domingo tras una larga lucha contra el cáncer.

Esperamos que disfrutéis con su lectura y que sirva para recordar y acercarnos más a la figura de Pepe Gancedo, un genio del diseño de campos de golf y una de las grandes figuras del golf amateur de su época.

“Nací en Málaga en 1938. A los 12 años empecé a jugar al golf, muy a mi pesar, porque lo que me gustaba era el fútbol. No debía ser muy bueno en casa, en cuanto podían me quitaban de en medio. Mi padre iba a jugar al Parador -único links de 18 hoyos entonces en España, diseñado por Colt y Harrison, con un saloncito pequeño pero con mucho ambiente- y me dropaba allí. Daba la tabarra con mi primo Ángel de la Riva y Pedro Casado, jugábamos con los caddies, que eran todos de Churriana.

Nos organizaba Julio Casaña, el profesional, que sólo me dio dos clases: una a 10 pesetas la hora y otra a 15. Yo tenía medio juego de palos heredado de mi tía Maribel que usé hasta los 14 años. A mi padre se le caía la baba conmigo porque empezaba a jugar, y le compró un juego entero “Ken Smith” a un cura castrense de la Base Aérea de Málaga.

Tuve mi primer palo bueno en 1952. Max Faulkner ganó el Open de España y Ángel Fernández Liencres le invitó a jugar la Copa Baco (golpe fallado, ¡copita para dentro!) en el Parador (Club de Campo de Málaga); como no podía beber por la úlcera de estómago, preguntó quién era el mejor junior y me tocó jugar con él. Me prestó su driver y dijo: “dale a la bola”. Temblaba y le pegué un leñazo. Faulkner dijo a mi padre que era el palo que yo necesitaba y se lo vendió por 1.000 pelas de las de entonces.

Lo primero que gané fue la Copa Banderitas en 1952, a 9 hoyos, y jugué seis más. En aquella época jugábamos “Banderitas” o “La Cuerda”: te daban tantos metros de cuerda como tu hándicap y la usabas cuando querías, si tenías un putt de cinco metros, cortabas la misma cantidad de cuerda para acabar. Con la “Banderita” te daban una caña que sujetaba la tarjeta y valía la suma del par del campo más tu hándicap; en el golpe que cumplías hándicap ponías la banderita y si te sobraba… seguías jugando más.

Gané seis campeonatos de España y otras seis veces fui segundo, además de ganar dos Internacionales. El primer Campeonato de España fue en el 66 en el Club de Campo de Madrid; jugábamos juntos los internacionales masculino y femenino con un ambiente divertidísimo. Cristina Marsans y yo ganamos el mixto de España a Eduardo de la Riva y Olga Corpas. Yo cantaba ópera -mejor dicho, chillaba, que no es lo mismo- y tocaba la guitarra -hacía chin-chin-pun, chin-chin-pun-, todo el mundo cantaba y lo pasábamos de miedo.

El primer torneo que me viene a la cabeza fue en Pedreña, donde en agosto se jugaban los Campeonatos de Santander, del Cantábrico y de España. Era la primera vez que salía de Málaga a competir y fui en un Citroën Pato con Gerardo van Dulken, a casa de Agustín Mazarrasa, que cantaba montañesucas. Quedamos segundos en el Dobles de España.

En invierno estudiaba Bachillerato y Comercio y en verano, Perito y Profesor Mercantil. En sexto de Bachillerato saqué seis cates, y mi padre, que no hablaba mucho y sus silencios eran lo más bonito del mundo, dijo: “hasta aquí hemos llegado”. Yo era el segundo de ocho hermanos y sentía adoración y respeto por mi padre. Mi madre era nuestra abogada hasta cierto punto, pero con seis cates... no. Cuando volvía de juerga en Torremolinos, a las seis de la mañana, me encontraba las zapatillas preparadas para que no me resfriara.

Con 16 años, dos semanas después de los seis cates, mi padre me mandó a Madrid a trabajar de aprendiz en Almacenes Progreso; creía que iba de señorito y fue todo lo contrario. Mi primo Ángel de la Riva estudiaba allí, y fui pensando en las juergas que nos íbamos a correr.

Al llegar a los almacenes me entrevisté en el sótano con el señor González -“tú eres andaluz, ¿sabes preparar el serrín?”- que me puso a barrer, repartir paquetes y levantar los toldos. Recuerdo que llevé el primer paquete a Costanilla de San Andrés 20 y me dieron un duro de propina, pero me puse colorado y no lo cogí. ¡Cuánto me acordé de aquel duro a los tres días! Era tímido pero aprendí rápido: si no me daban nada ponía la mano, “¿y la propina qué?”. El dinerillo que ganaba me lo jugaba en los Billares Callao con los aprendices de Galerías Preciados y El Corte Inglés.

Seguía estudiando contabilidad e iba ascendiendo en los almacenes. Tía Concha, la madre de Ángel de la Riva, mi madrina, era muy amiga de Joaquín Satrústegui, Secretario del Club de Campo, a quien mi madre mandó 2.500 pesetas para hacerme socio. Los domingos jugaba con Ángel, Pepe Azpilicueta y Enrique Durán. Como ascendí y ya era aprendiz de sección, no tenía propinas de botones y se me acababa el dinero para jugar al golf. Entonces jugaba al fútbol en la parte seca del río Manzanares, con el nombre de Chicui, en el equipo de Nuestra Señora del Rosario.

Un día, mi madre pilló un cabreo -“¡hasta aquí hemos llegado, el niño se vuelve a Málaga!”- y me puso a trabajar en los Almacenes Félix Sáenz hasta que en el 69 diseñé Torrequebrada. Me llamó Pedro Casado –“un alemán quiere hacer un campo en Torrequebrada”, y respondí “¡ese tío está loco!”- para que hablase con el Sr. Shaffer. Fui a ver la finca, había un paso de tórtolas fantástico pero el terreno era muy p’arriba y p’abajo. Me preguntó si yo era capaz de diseñar allí un campo y pedí “carta blanca y empezamos”. ¡No veas el farol que me tiré! Ni Pedro ni yo teníamos idea de lo que era un movimiento de tierras.

Yo era amigo de los Arana y siempre hablábamos de los campos de su tío Javier (El Saler, Club de Campo Villa de Madrid, Guadalmina, El Prat, Los Monteros, La Galea...). Además, conocía lo que había hecho Trent Jones en Sotogrande, me gustaba fijarme y aprendía; Jones recuperó en los campos modernos el green grande con más posiciones de bandera. Cuando viajaba a competir e iba a Inglaterra, siempre cogía ideas y continuamente estaba aprendiendo.

Y terminé Torrequebrada. Si te digo la verdad, cuando terminé no pensaba en nada más que en Lupe, mi mujer, la acababa de conocer y fue un flechazo. Una vez finalizado Torrequebrada fue cuando decidí dedicarme a diseñar campos profesionalmente, dejé los almacenes y quería hacer algo por mí mismo, había diseñado un campo, había conocido a Lupe... y quería empezar mi vida de otra manera.

Verdaderamente, el primer campo que diseñé no fue Torrequebrada sino Costalita (hoy Montemayor), que luego se abandonó. Fue una aventura, el primer pinito, me llamaron para tres o cuatro proyectos pero llegó la crisis del petróleo y se paralizó todo. Mientras tanto, yo seguía con los coros, la ópera y tocando la guitarra.

Un día me llamó Manuel de la Quintana, “tienes que venir a Mallorca, donde Folco Nardi me está haciendo un campo”, y allá me fui con Lupe. No había campos, sólo nueve hoyos en Son Vida y en Costa de los Pinos. Paseamos por Santa Ponsa con los almendros en flor, y Lupe y yo boquiabiertos; conocimos a la familia Nigorra (propietarios de Santa Ponsa) y vimos el campo sin terminar. Dimos una vuelta por Mallorca y nos entusiasmó esa isla tan preciosa. Me gustó el trazado de Santa Ponsa y Manolo Quintana me propuso vivir allí y dirigir la construcción. En Málaga vivía como un rey pero él me aseguró: “en Mallorca vivirás como un virrey”. Fuimos para un año y medio con los niños muy pequeños. Empecé a dirigir Santa Ponsa cuando todavía había crisis en toda España. Me enteré de que el green-fee en Son Vida costaba 350 pesetas (1976) y cuando pedí en Santa Ponsa que lo subieran a 600, creyeron que estaba loco; sabía que en la Costa del Sol ya estaban a 800. En Mallorca se creó un triángulo con Santa Ponsa, Poniente y Son Vida que benefició a los tres campos, sentando las raíces de la isla como destino de golf.

Referente al campo del Golf Lerma (Burgos), motivo por el que estamos charlando, fue la primera vez que me dieron un terreno “normal” para diseñar un campo. Y, como en EEUU existe la opinión generalizada de que cualquier imbécil diseña un buen campo en un buen terreno, yo quería, por lo menos, ser un simple imbécil. Pedí un plano y fotos aéreas, había 24 sabinas en una plantación de cebada, eran árboles que se dejaban crecer para descansar debajo con el botijo cuando plantaban y araban los campos. El entorno era una maravilla con colinas muy suaves, y debía aprovechar las sabinas centenarias para que entrasen en juego. Todo lo demás tenía que ser creado. Me instalé allí 15 días y empecé a apreciar el cielo de Castilla, más grande que el de Málaga e incluso que el de Tenerife, donde ya había diseñado el Golf del Sur. Procuré darle forma sin romper mucho, me daba miedo meterle un lago a Castilla. Escarbé y encontré arcilla pura, en la finca había agua al hacer los estratos.

En el hoyo 11 no había nada donde agarrarse, solo tres sabinas y la suavidad de sus lomas. Hice fotos con la Polaroid y pensé ‘¿qué hago con las sabinas?’. Me encerré en el hotel y pasé toda la noche en blanco con un tubo de pasta de dientes –para los bunkers- y tubos de acuarelas verdes -para greenes y vegetación- que colocaba de manera distinta encima de la foto, para ver las posibilidades que ofrecía el hoyo. ¡Por fin di con la idea! Fui al campo muy temprano y comprobé que las sabinas intervenían para todo tipo de jugador, bueno y no tanto, y a partir de las zonas de caída completé el hoyo hacia el green, moviendo un poquito el tee. Esto mismo sirve para todos los campos, de ordenador y esos cacharros... no sé nada.

Mis niños (los campos que he diseñado) son todos iguales para mí, a todos les he puesto la misma ilusión y ganas. Golf Lerma es el primer campo que han jugado españoles, también Larrabea, quiero decir que no son campos turísticos. Creo que he diseñado 18 en total, pero hay cuatro de los que nunca hablo porque me los han destrozado; entran los green-keepers, los directores, los presidentes, las señoras de los presidentes, las amantes del secretario… y todos diseñan.

Hago cosas que otros quizás no se atreven, dejo en juego árboles o cualquier particularidad que encuentro en el terreno. Peter Dobereiner (periodista inglés de los más afamados, escribía en The Observer) me llamaba el Picasso del golf, y también me han llamado el Gaudí, pero a mí me da igual, que digan lo que quieran y que disfruten. He diseñado dos campos de 19 hoyos, ¿y por qué no? Es bueno que haya una especie de vivero de greenes, una reserva, a veces no son conscientes de lo necesario que puede llegar a ser.

Los campos hay que sentirlos, el ambiente de un campo es algo que sientes y no puedes definir: cocoteros en Cuba, olivos en España, brezo en Escocia, árboles del té en Australia, sauces en Sudáfrica, laguitos con chorritos cursis en Estados Unidos... El rough tiene mucha importancia y, desgraciadamente, en España no se le da, el rough es la personalidad del campo. La belleza es todo lo que rodea el campo, la profundidad del sentimiento, la diferencia entre un campo-parque (¡hay parques y parques!) a un links o un entorno natural. Cojo un papel, una servilleta o lo que pillo y pongo una idea, una frase, un sentimiento que madurará; pienso en todo tipo de posibilidades, con sol, nublado, con lluvia... Una vez hecho el movimiento de tierras, cojo la Polaroid, hago fotos y coloco encima las transparencias, así es como yo diseño”.

ENTREVISTA A PEPE GANCEDO (Por Mª Acacia López-Bachiller)